En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía un muchacho de alrededor de once años, alto de estatura, flaco de carnes, de pelo negro y encrespado, y cuya mayor afición y gusto era correr al aire libre, ser amigo de sus amigos y escuchar, por las noches, el ulular de las lechuzas y las historias que su abuelo le contaba.
Tenía un único sueño: convertirse en caballero andante, es decir, llegar a ser "el más amable, más sabio, más leal, de más noble ánimo y de mejor trato y crianza entre todos los demás".