Casi sin darnos cuenta, nuestro hijo se ha convertido en un desconocido, con quien no hay manera de conectar. Hemos pasado del cariño a la distancia, de esta a la tensión y solo en un paso más a la agresividad. Dejamos de compartir las anécdotas de nuestro niño porque preferimos ocultar que sus travesuras ya no son simpáticas sino preocupantes. Aquel pequeño que buscaba nuestros abrazos ahora rechaza nuestra sola presencia. ¿Qué ha pasado? ¿Qué hemos hecho mal? ¿Cómo reencauzar la relación con nuestros hijos adolescentes y evitar que la convivencia se vuelva más difícil?