¿Quién se iba a imaginar la cantidad de historias y de Historia, de impagables lecciones, que poseía aquel viejo sillón tras su insulsa apariencia? No, desde luego, ellos: Laurence, Clara, Charley y la pequeña Alice, devorando despreocupadamente los atardeceres de su arrebatadora infancia, corriendo de aquí para allá en el jardín de sus sueños, mientras el Abuelo dormitaba, como siempre, apoyado en su ostentoso respaldo, bajo el rugido poderoso del león tallado sobre su cabeza, con la mitad de su alma en los lejanos e irrecuperables días del pasado y la otra mitad alerta y al cuidado de las más ligeras variaciones en los juegos de sus queridos niños, puro y alocado presente, junto a los que brincaba, lleno de promesas, la esperanza de todo lo venidero... Tras el sillón se encontraba la historia de un roble, la del hombre que lo derribó para hacer de él un mueble confortable y la de todos aquellos que se sentaron en él a lo largo de la Historia de aquel gran sueño que fue América desde el primer desembarco. A bordo del sillón, poniendo a prueba sus poderosas junturas, se ocultaban viajes, soledades, largas noches en vela aguardando amantes, ideas, versos, revoluciones... vapuleos, matanzas, sueños e ilusiones...
“El Abuelo se quedó impresionado ante la idea de Laurence de que el histórico sillón pudiera poseer una voz propia y verter a través de ella la sabiduría acumulada de dos siglos”.
Nathaniel Hawthorne (1804-1864). Junto a Emerson, Thoreau, Melville y Whitman, forma parte del denominado Renacimiento Americano. Entre sus antepasados se encontraba uno de los que presidieron las ejecuciones de las veinte mujeres condenadas por brujería en Salem. A causa de aquello, una de las acusadas lanzó una maldición sobre los Hawthorne y el joven Nathaniel siempre vivió bajo el influjo de aquel estigma. Niño debil y accidentado, pasó la mayor parte de su vida encerrado en la gran mansión familiar, rodeado de mujeres, leyendo y escribiendo sin descanso. En la historia y las tradiciones de Nueva Inglaterra encontró la inspiración para sus más grandes obras: Fanshawe (1828), Twice Told Tales (1837), La Casa de los Siete Tejados (1851), La Letra Escarlata (1851), The Blithedale Romance (1852).
Melville, vecino y admirador, le dedicó su obra maestra, Moby Dick: "...como prueba de mi admiracion por su genio".