Es imposible «no sentir». Este axioma es el punto de partida de cualquier comunicación humana y el fundamento de lo que se va denominando últimamente como «economía de experiencias», aunque haya existido desde la antigüedad.
Hoy en día los clientes son conscientes de ello y reclaman como parte del contrato psicológico con profesionales y empresas de servicios – especialmente de tiempo libre...– la vivencia de experiencias esperadas y no verbalizadas. El resultado de una vivencia experiencial es siempre una emoción, pues «experiencia» y «emoción» forman una simbiosis indisoluble.
Por ello es necesario realizar un salto cualitativo en el desarrollo de servicios y productos emocionantes para liderar los mercados del futuro. Los profesionales saben cómo funcionan estos productos, el know-how, pero entender los motivos por los que se mueven, el know-why da una mejor opción de desarrollar experiencias diferenciadas y, con ello, una mayor competitividad empresarial. Los clientes desarrollan al mismo tiempo una mayor exigencia vivencial y provocan con ello un cambio de paradigmas en la gestión de empresas que quieren posicionarse en los mercados emergentes de experiencias y emociones.
Ya existen empresas y profesionales que han iniciado este camino que, no solamente modificaría los conceptos de servicios en general sino también impulsará una nueva ética que acompañará la necesaria innovación empresarial. Sin embargo, la resistencia de antiguos modelos que se niegan a desaparecer pueden entorpecer estos procesos. El autor propone un nuevo concepto que renombre la unidad vivencial indisoluble entre la emoción y la experiencia: «emperiencia» o «emperience»... del que nadie saldrá indemne.