Cuando todavía la neurología era una quimera y la vida psíquica una especulación sobre la que Freud ponía en juego nuestros instintos, Ivan Pavlov, el médico ruso que en su modesto laboratorio de San Petersburgo investigaba con perros, sentaba las bases de la psicología científica. Un número infinito de reflejos, unos más simples y otros más complejos, hace posible mantener el equilibrio entre el organismo y la naturaleza, que en el hombre alcanza desde las cuestiones de la vida diaria hasta los grandes problemas políticos y sociales. Es muy posible, entendía Pavlov, que en ese esquema tan simple de estímulo-respuesta esté la clave de toda nuestra conducta, incluso de nuestra conciencia.