El otoño es una estación de paso, que sigue al verano pero
mira hacia el invierno. Comienza en septiembre con la berrea de los ciervos y
concluye con las primeras nevadas y la entrada de la pausa invernal. Entremedias,
los acontecimientos se suceden. Más allá de la caída de la hoja en los bosques,
millones de aves migrantes sobrevuelan los cielos y, en su viaje hacia el sur,
dejan libre el espacio para las oleadas de invernantes. La atmósfera otoñal suele
estar revuelta. Las tormentas de finales del verano dan paso a los primeros
temporales y a violentas depresiones atmosféricas, las antaño llamadas «gotas frías», con lluvias que desbordan los
ríos y encharcan de nuevo las lagunas, las albuferas y las marismas. Allí
buscan cobijo las vocingleras bandadas de grullas, los ánsares silvestres y
toda la tribu de los patos, que vienen al sur a pasar la mala estación. Con los
grandes fríos de diciembre el invierno asoma por el horizonte, caen las últimas
hojas y el silencio se extiende por campos y bosques.