Poe y otros cuervos es una viaje a la semilla de la palabra original que fecundaron los poetas norteamericanos, hombres y mujeres que se detienen, se echan a un lado del camino y cantan por boca de los versos. El eje que los aglutina a todos es el poema “El cuervo”, no solo el poema, también el animal, el ave, el tótem que engulle a todo poeta, la pieza del bestiario que lo hace subir a las alturas del parnaso o descender a los infiernos de las callejuelas, los espacios de las montañas y las grandes praderas. Estos poetas son femeninos, místicos, románticos, Revolucionarios, panteístas y alcohólicos.
Pocas veces, creo que ninguna, se han reunido como ahora en una antología vertida al castellano por la mano, el sentir limpio, y el trabajo callado de Antonio Rivero Taravillo. Leer esta antología es habitar un mundo nuevo, en perfecto caos y en perfecto orden, ellos son:
Anne Bradstreet, la cotidianeidad femenina, el detalle de la experiencia delineada con la ternura de una mujer encorsetada por la inoperancia y la malsanía del machismo religioso.
Michael Wigglesworth, voluminoso y excelso en su deambular buscando a Dios.
Edward Taylor, escritor para un único lector: él mismo; sus versos han permanecido decenas de años enclaustrados en el silencio anónimo de las estanterías de una universidad.
Philip Freneau, romántico, impetuoso, las huellas de su quehacer se pierden en la ventisca borracha de una noche lúgubre.
William Cullen Bryant liberal, antiesclavista, amante de la naturaleza y aventurero de la espiritualidad total, panteísmo se le llama a esto, pues bien, panteísta.
Henry Wadsworth Longfellow, el pueblo recitaba sus poemas en vida, no hay mejor reconocimiento que éste, tradujo Las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique y La Divina Comedia, de la que aquí se ofrece un bello oasis.
Y Edgar Allan Poe, el hombre que lleva el comienzo de todo poema grabado en las primeras letras de su nombre, grabado a muerte y grabado a vida.
"Estos son los jardines del Desierto,
los campos sin segar, ilimitados
y hermosos, que la lengua de Inglaterra
no ha sabido nombrar: son las Praderas.
Por vez primera ahora las contemplo
y mi corazón se hinche, y la mirada
guarda la vastedad que me rodea."