Sam Loyd (1841-1911) fue el gran pionero de la matemática recreativa moderna. Niño prodigio, mago, inventor, genio del ajedrez, tuvo también su punto de tahúr y exhibicionista. Atrincherado en las columnas de los periódicos se atrevió a dar vida a un género donde, por primera vez, podían venir de la mano el álgebra y una historia de fantasmas. Sus desafíos de ingenio pretendían pillar a la humanidad entera, o al menos aquella porción de la humanidad que se le pusiera a tiro. Tal y como se anunciaba en una frase promocional: cualquiera puede entenderlos, pero a ver quién es el guapo que los resuelve...